La Divina Comedia: El 5º Círculo del Infierno, políticos corruptos

Políticos corruptos están inmersos en brea hirviente, que representa los dedos sucios y oscuros secretos de sus tratos corruptos .Los truhanes son los análogos políticos de los simoniacos, y Dante les dedica varios cantos a ellos. Son custodiados por diablos llamados Malebranche (malasgarras), que proporcionan una salvaje y satírica comedia negra. El líder de los Malebranche, Malacoda, les asigna una tropa a Virgilio y Dante para llevarlos a la siguiente Bolgia. La promesa de un salvoconducto a los poetas resulta ser una mentira, ya que los demonios se están aprovechando de ellos (y no hay próximo puente), y entonces los poetas se ven obligados a trepar hacia la sexta Bolgia. (Canto XXI a XXIII, fuente Wikipedia).


El Infierno: Canto XXI


Así de puente en puente, de otras cosas hablando,
que de cantarlas mi comedia no se cuida,
seguimos; y llegamos a la cima, donde

nos detuvimos para ver la otra fisura
del Malebolge, y llantos otros vanos;
y la vi admirablemente oscura.

Como en el arsenal de los Venecianos
hierve en invierno la tenaz pez
para empalmar los leños que no están sanos,

que navegar no pueden - en cuya vez
hay quien hace su nueva nave, y quien de otra,
que muchos viajes hizo, llena los lados de estopa;

hay quien remacha la proa, quien lo hace en la popa;
otro hace remos, otro retuerce maromas;
quien repara el palo de menor o de mesana - ;

así, no por el fuego sino por divino arte
hervía allá abajo una espesa brea
que embadurnaba los orillas por todas partes.

Yo la veía, pero no veía en ella
sino las ampollas que el hervor alzaba,
hinchábase entera, y desplomábase flaca.

Mientras yo fijo hacia abajo miraba,
mi Conductor exclamando ¡Cuidado!¡Cuidado!
me atrajo a sí del lugar donde yo estaba.

Me volví entonces como quien se tarda
en ver lo que le conviene huir
y a quien el miedo súbito acobarda,

que por mirar se demora en partir;
y vi detrás de nosotros un diablo negro
venir corriendo por el puente.

¡Ay! ¡Cuán fiero era su aspecto!
¡Y qué ademanes traía acerbos,
extendidas las alas y el pie ligero!

Su hombro, puntiagudo y soberbio,
cargaba un pecador a horcajadas,
al que tenía por el pie agarrado del jarrete.

Desde nuestro puente dijo: ¡Oh Malebranche!,
¡he aquí uno de los ancianos de santa Zita!
Mételo abajo, que de nuevo vuelvo

a aquella tierra que está tan bien provista:
allí estafadores son todos, menos Bonturo;
que del no, por el dinero, hacen ita.

Abajo lo arrojó, y por el duro puente
se volvió; y nunca hubo mastín suelto
con tanta prisa en perseguir al ladrón.

El otro se hundió, y resurgió curvado;
pero el demonio que en el puente se escondía
gritó: ¡Aquí no ha lugar el Santo Rostro!

¡De otro modo se nada aquí que en el Serchio!
Pero si no quieres sentir nuestros garfios
no te asomes por encima de la brea.

Luego de hincarlo con cien garfios
le dijeron: Conviene que oculto aquí bailes
de modo que, si puedes, ocultamente arrebates.

No de otro modo los cocineros a sus vasallos
hacen que dentro de las ollas hundan
la carne con los tenedores para que no floten.

El buen maestro: Para que no te vean
que estás aquí, me dijo, ocúltate allá
tras esa roca, que algún reparo te otorgue;

y por nada con lo que a mí se ofenda
no temas tú, que yo estoy conciente de todo,
que en tumultos como este ya estuve antes.

Luego de allí pasó a la cabeza del puente;
y llegado arriba sobre la orilla sexta,
menester le fue tener sólida frente.

Con aquel furor y aquel ímpetu
con que los perros salen contra el mendigo,
que se detiene quieto y de lejos pide,

salieron ellos debajo del puentecillo
volviéndose en su contra con todos sus arpones;
mas él gritó: ¡Que ninguno de vosotros se atreva!

Antes que vuestros garfios me hieran,
venga uno de vosotros ante mi a oírme,
y luego que me arpone si su criterio lo aconseja.

Todos gritaron: ¡Que vaya Malacoda!
por lo que uno se movió, los otros quietos,
y acercándose a él le dijo: ¿Qué le aprovecha?

¿Crees tu Malacoda, que ha verme
has venido, dijo mi maestro,
seguro ya de tener la fuerza toda,

sin el acuerdo divino y sin el destino propicio?
Déjame pasar, que es voluntad del cielo
que a otro enseñe yo este salvaje camino.

Entonces su orgullo quedó tan vencido
que dejó ante sus pies caer los garfios
y dijo a los otros: Que no sea herido.

Y mi Conductor a mi: Tú que te escondes
tras de las rocas del puente quieto quieto,
aproxímate a mi desde ahora seguro.

Entonces me moví y a él rápidamente vine;
y los diablos todos se acercaron tanto
que yo temí que no observaran lo pactado;

así una vez vi yo temblar a los infantes
que salían rendidos de Caprona,
viéndose rodeados de enemigos tales.

Me adherí con toda mi persona
junto a mi Conductor , y no apartaba la vista
de la traza de ellos que no era buena.

Bajaron los garfios y ¿Quieres que lo toque?
decían uno al otro, ¿Sobre el lomo?
Y respondían: Sí, haz que se le clave.

Pero el demonio que sostenía la charla
con mi Conductor , volvióse prestamente
y dijo: ¡Quieto! ¡Quieto, Scarmiglione!

Después a nosotros: Ir mas allá por este
puente no se puede, porque yace
destrozado el fondo del sexto recinto.

Mas si proseguir adelante os place
seguid por esta cornisa escarpada;
cerca hay otro puente que el camino abre.

Ayer, cinco horas después que ahora,
mil doscientos con sesenta y seis
años hace que esta ruta fue rota.

Hacia allá envío algunos de los míos
a observar que nadie se tienda;
id con ellos, que no serán malignos.

Adelante, Alichino y Calabrina,
comenzó a decir, y tú Cagnazzo;
y que Barbariccia guíe la decena.

Libicocco venga luego y Draghignazzo,
Ciriatto, colmilludo y Graffiacane
y Farfarello, y el loco de Rubicante.

Buscad en torno de la hirviente brea;
que estos lleguen salvos al siguiente puente
que pasa enteramente sobre el hondo pozo.

¡Ay de mi! ¿Qué es lo que veo?
dije yo, ¡Por Dios! Vayamos sin escolta solos
si sabes ir; que yo a esta no la quiero.

Si te has dado cuenta, como sueles,
¿No ves como rechinan sus dientes
y con el fruncido ceño amenazan duelos?

Y él a mí: No quiero que te espantes;
déjalos que a su antojo rechinen,
que así lo hacen por los que están hirviendo.

Ellos por la izquierda orilla vuelta dieron;
pero antes cada uno se apretó la lengua,
con los dientes, hacia el jefe, haciendo señas;

y este había hecho de su culo una trompeta.

El Infierno: Canto XXII


Yo he visto a caballero levantar campo,
pasar revista, comenzar asalto,
y otras veces batirse en retirada;

correrías vi en vuestra tierra,
¡Oh aretinos! y los vi incursionando,
herir en los torneos, y correr en justas;

ora con trompetas, ora con campanas,
con tambores, y señales de castillos,
con costumbres nuestras y con extrañas;

mas antes nunca con corneta tan rara
vi a caballero mover los peones,
ni nunca nave a señal de tierra o estrella.

Íbamos nosotros con los diez demonios
¡Ay que fiera compañía! Mas en la iglesia
con santos, y en la taberna con glotones.

Pero toda mi atención se dirigía a la empega,
a fin de ver del círculo todo su espacio,
y la gente que era allí escaldada.

Como los delfines, cuando hacen señas
al marino con el arco de la espalda,
que se apresuren a salvar el barco,

de igual manera, por aliviar la pena,
sacaba alguno de los pecadores el dorso
y se ocultaba en menos que destella un rayo.

Y como a la orilla del agua de un charco
están las ranas con la trompa fuera,
ocultando las patas, y la parte gruesa,

así estaban por todos lados los pecadores;
mas en cuanto Barbariccia se acercaba,
se retraían veloces bajo el hervor.

Yo vi, y aún mi corazón se conturba,
a uno retardarse, como en el charco sucede
que una rana queda afuera y otra se oculta;

y Graffiacane, que le estaba más cerca,
lo ensartó por la embreada cabellera,
y lo sacó fuera como se pesca una nutria.

Yo conocía ya de todos el nombre,
pues los registré cuando fueron elegidos,
y cuando entre sí se llamaban, miraba cómo.

¡Eh Rubicante! ¡Muévete y plántale
el garfio en la espalda, y desuéllalo!
gritaban todos juntos los malditos.

Y yo: Maestro, haz, si puedes,
que averigües quien es el desgraciado
caído en manos de sus enemigos.

Mi Conductor se acercó a su costado,
y demandóle de dónde fuese, el cual repuso:
Yo en el reino de Navarra nací.

Mi madre, que me puso al servicio de un señor,
de un mezquino me había engendrado,
destructor de sí mismo y de sus cosas.

Después fui cortesano del buen rey Tebaldo:
Y allí me dediqué a timar con sus favores
de lo que rindo razón en este caldo.

Y Ciriatto, a quien de la boca salía,
como a puerco, de ambos lados colmillos,
le hizo sentir lo bien cómo uno solo hería.

Entre malos gatos hacía caído el topo;
pero Barbariccia lo encerró en los brazos
y dijo: Quedaos allí, mientras lo ensarto.

Y volviendo a mi maestro el rostro
díjole: Pregunta aún si más deseas
saber de él, antes que otro lo aniquile.

Mi Conductor entonces: Dime pues, de otros reos
¿Conoces a alguno que sea latino
bajo la brea?. Y aquel: De alejarme vengo

poco ha, de uno que fue de allá vecino.
Ojalá estuviera como él aun cubierto,
y sin temor ni de uñas ni de arpón.

Y Libicocco: Demás le hemos permitido,
dijo; enganchóle el brazo con el arpón
y tan fuerte, que se llevó el antebrazo.

Draghignazzo también vino a golpearle
en las piernas; pero el Decurión en jefe
calmo los miró en torno con mal fruncido ceño.

Cuando ellos un poco calmados se hubieron,
a aquel, que aún miraba su muñón,
preguntó mi Conductor sin demora:

¿Quién es aquel del que mal dejaste
abajo para tú venir a flote?
Y él respondió: Fue fray Gomita,

el de Gallura, vaso de todo fraude
que tuvo a los enemigos de su dueño en la mano,
y así hizo con todos que todos le alabaron.

Tomó el dinero y los dejó indultados,
como él mismo dice; y de otros encargos
prevaricador fue y no pequeño, mas soberano.

Lo frecuenta don Miguel Zanche
de Logodoro; y a conversar de Cerdeña
no se cansan nunca sus lenguas.

¡Ay de mi! Ved al otro que rechina,
hablaría más, mas mucho temo
que se preparara a rascarme la tiña.

Y el gran jefe, volviéndose a Farfarello,
que desorbitaba los ojos por lacerar,
dijo: ¡Quédate a un lado, pájaro malvado!

Si más queréis ver o escuchar,
recomenzó el espantado preso,
haré venir a toscanos o a lombardos,

pero que Malebranche apartado se mantenga,
y que la venganza de ellos no teman:
y yo, quedándome en este mismo sitio,

por uno que yo soy, siete haré venir,
con un silbido, como es nuestro uso
cuando alguno se sale afuera.

Cognazzo levantó el hocico al oírlo
meneando la cabeza y dijo: ¡Mira que picardía
ha maliciado este para de nuevo sumergirse!

Mas él, de quien las trampas eran gran riqueza,
respondió: Malicioso soy en demasía
cuando me busco a mí mismo mayor tristeza!

Alichino no se contuvo y retrucando
a los otros, le dijo: Si tú te caes,
no vendré detrás de ti al galope,

antes agitaré sobre la pez las alas.
Quédate en la orilla, y que el ribazo sean tu escudo,
y veremos si tú solo más que nosotros vales.

¡Oh tú que lees! Verás ahora una lidia nueva;
volvieron todos la vista a la otra orilla,
y primero, el que a ello más se oponía.

El navarro aprovechó bien el tiempo
afirmó sus pies en tierra, y en un momento
saltó, y del intento de ellos libróse.

Todos quedaron de culpa contritos,
pero más aquel que fue la causa del defecto;
con todo se levantó gritando: ¡Ya te tengo!

Mas le valió poco, pues las alas al sospechado
no pudieron alcanzar; aquel se mandó abajo,
y este encarriló hacia arriba su vuelo:

no de otro modo, de inmediato el pato,
cuando se apresta el halcón, se sumerge,
y este remonta furioso y fatigado.

Irritado Calabrina por la burla,
volándole detrás lo contuvo, deseoso
que el otro escapara para armar riña;

y cuando el perdulario desapareció,
volvió los garfios a su compañero,
y lo aferró sobre la fosa;

mas el otro, buen ave de rapiña,
lo prendió en sus garras, y ambos
cayeron en medio del hirviente estanque.

El calor los separó de inmediato;
pero intentaron ascender en vano,
tanto sus alas estaban enviscadas.

Barbariccia, con los demás, dolido,
a cuatro hizo volar de la otra orilla
con todos sus arpones, y muy rápidamente

de aquí, de allá, bajaron a ese puesto
y tendieron sus garfios a los empegados
que estaba cociéndose en la costra.

Así enmarañados los dejamos

El Infierno: Canto XXIII


Callados, solos y sin compañía
ambos uno tras del otro íbamos,
como los frailes menores van en fila.

Vino la fábula de Esopo
a mi mente a causa de la riña,
aquella digo la de la rana y del topo;

que más no se asemejan mo e issa
como ambas cosas, si bien se consideran
el principio y el fin con mente atenta.

Y como un pensar brota de otro,
así de aquel nació otro luego
que a mi primer miedo lo hizo el doble.

Pensaba yo así: Estos por nuestra causa
escarnecidos quedaron con daño y burla
tal, que han de estar muy irritados.

Si a la maldad ira se agrega,
vendrán tras nosotros más crueles
que perro que a la liebre aferra.

Sentía que de miedo se erizaban ya
todos mis cabellos, y miraba atrás atento,
cuando dije: Maestro, si a ambos

no nos ocultas prontamente, tengo miedo
de los Malebranche. Detrás nuestro los tenemos;
y tanto lo imagino, que ya los siento.

Y él: Si yo fuera de espejado vidrio,
tu imagen exterior no estaría
tan pronto en mi, como la que adentro tengo.

Tanto están juntos tu pensamiento y el mío
con igual acto y con igual aspecto,
que ambos han decidido igual consejo.

Si es verdad que tal desciende la derecha orilla,
que por ella podamos bajar a la siguiente fosa,
lograremos escapar de la imaginada cacería.

No bien acabó de expresarme tal consejo,
cuando los vi venir con extendidas alas,
y no muy lejos, con ansias de aprendernos.

Mi amado Conductor me abrazó súbitamente,
como la madre que al fragor despierta
y cerca de ella ve las llamas encendidas,

que toma al hijo, y huye, y no se para,
cuidando más del niño que de ella,
y que tan sólo una camisa lleva puesta;

así abajo, desde el borde de la dura piedra,
de espaldas se deslizó por la inclinada roca
que una ladera de la siguiente fosa cierra.

No corre nunca tan presto por canal el agua
que mueve la rueda del molino,
cuando más cerca de las palas se halla,

como mi maestro por aquel declive,
llevándome encima sobre el pecho
como a su hijo, y no como a su camarada.

Apenas sus pies se allegaron junto lecho
del fondo abajo, que asomaron ellos por el borde
arriba de nosotros, pero ya no los temíamos;

que la alta providencia que a ellos quiso
poner como ministros de la quinta fosa,
vedó a todos el poder de pasar a otra.

Allí abajo hallamos gente pintada
girando en torno con muy lentos pasos,
llorando y, al ver, cansada y vencida.

Tenían capas con capuchas bajas
delante de los ojos, a la manera
como en Cluny los monjes marchan.

De fuera tan doradas deslumbraban;
pero por dentro todas de plomo, y tan pesadas,
que las de Federico fueran de paja.

¡Oh eternamente fatigoso manto!
Nos volvimos un poco hacia la izquierda
junto con ellos, atendiendo al triste llanto;

mas por el peso aquella gente abrumada
tan lentamente venía, que nueva compañía
teníamos a cada paso que dábamos.

Entonces dije a mi Conductor : Trata de hallar
a alguno que por hechos o por nombre conozcamos;
mira en derredor tuyo mientras andas.

Y uno que entendió la parla toscana
detrás nuestro gritó: ¡Calmad los pies
vosotros que corréis por el aura fosca!

Tal vez logres de mí lo que buscabais.
Por donde el Conductor se detuvo y me dijo:
Detente, y a su tranco avanza.

Me detuve, y vi en el rostro de dos
un gran deseo interior de estar conmigo;
pero los retrasaba la carga y la estrecha senda.

Cuando llegaron a mi, con vista aviesa
me observaron, sin decir palabra;
luego se volvieron uno al otro y se decían:

Este parece vivo porque mueve la garganta;
y si están muertos, ¿Por cuál privilegio
van descubiertos de la pesada estola?

Y me dijeron: ¡Oh Tosco que al colegio
de los tristes hipócritas has venido,
decirnos quien eres no lo tengas en desprecio!.

Y yo a ellos: Yo he nacido y he crecido
al borde del bello río Arno en la gran ciudad,
y voy con el cuerpo con el que siempre he vivido.

Mas ¿quiénes sois vosotros a quienes destila,
a lo que veo, tanto dolor por las mejillas?
¿y qué pena tenéis que tanto brilla?

Y uno me respondió: Las doradas capas
son de plomo tan grueso, que su peso
las hace rechinar al balancearse.

Fuimos frailes Gaudentes, y boloñeses;
Yo Catalano, y este Loderingo
por nombre, ambos por tu ciudad elegidos,

porque suele evitarse confiar en un hombre solo
para conservar la paz; y fuimos tales
como aun se ve entorno al Gardingo.

Yo comencé: ¡Oh hermanos, vuestros males...
pero más no dije, porque a la vista me vino
un crucificado en el suelo con tres palos.

En cuanto me vio, se retorció,
bufando sobre su barba suspiros;
y fray Catalano de esto apercibido

me dijo: Ese enclavado que miras
aconsejó a los Fariseos que convenía
poner a un hombre por el pueblo en martirio.

Atravesado y desnudo en el camino,
como ves, es menester que sepa
primero, de todo el que pasa, cuánto pesa.

Y de igual modo sufre el suegro
en esta fosa, y los demás del consejo
que para los judíos fue mala semilla.

Vi entonces maravillarse a Virgilio
por el que estaba extendido en la cruz
tan vilmente en el eterno exilio.

Después dijo a aquel fraile estas palabras:
Que no os desagrade, si os es lícito, decirnos
si a la derecha mano hay alguna boca

por donde nosotros dos salir podamos,
sin obligar a los ángeles negros
que vengan a este fondo a conducirnos.

Respondió entonces: Antes de lo que creas
se alza una peña que desde el gran cerco
parte y atraviesa todos los fosos fieros;

salvo que en este esta roto y no sigue;
arriba podréis montar por las ruinas
que hay en la falda y se acopian en el fondo.

Quedóse el Conductor con la cabeza inclinada
y luego dijo: Mal explicaba las cosas
aquel que a los pecadores ensartaba.

Y el fraile: Ya he oído contar en Bolonia
del diablo tantos vicios, entre los cuales oí
que es embustero y padre de mentira.

Luego mi Conductor avanzó a grandes pasos,
turbado de ira un poco el semblante,
y yo también me partí de los agobiados

tras las huellas de las queridas plantas.


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